En el 2006, Ken Ferraro, un profesor de sociología de la universidad Purdue publicó un interesante artículo en la revista especializada “Journal for the Scientific Study of Religión” en el que reportaba los resultados de su investigación acerca de la relación entre la religión y el índice de masa corporal. En su estudio, Ferraro descubrió que sí existe una relación entre algunas religiones y la tendencia de sus miembros para ser obesos. Lamentablemente, los cristianos tienen la masa corporal más alta y los bautistas, en particular son los más obesos en los Estados Unidos. De hecho, cerca del 27 por ciento de los bautistas son obesos y, por lo tanto, el grupo religioso con mayor sobrepeso en un gran contraste con religiones no cristianas como la judía, musulmana y budista donde menos del uno por ciento de sus miembros son obesos.

El estudio concluía que parece que para los cristianos en general el comer en exceso se ha convertido en un “vicio aceptado” y una práctica totalmente separada de la vida espiritual. Esta perspectiva contrasta grandemente con la tradición cristiana que tenía a la glotonería como uno de los sietes pecados capitales. Estos vicios o pecados, son capitales porque controlan nuestra conducta y de ellos se originan muchos más.

La gula o glotonería es un vicio que afecta todo nuestro ser y que limita nuestro crecimiento espiritual. Aunque el comer en exceso es evidentemente una manifestación clara de este pecado, la realidad es que sus manifestaciones son más sutiles y personales. La gula es un hábito que va más allá de la cantidad de comida que ingerimos y se centra en un deseo desproporcionado por obtener placer. Este pecado es un deseo egoísta enfocado en el placer excesivo de la comida y que nos muestra nuestra falta de templanza.

Gregorio el Grande, en la edad media, enumeró cinco características de la glotonería. Las dos primeras se enfocan en lo que comemos y las otras tres en la manera en lo que lo hacemos. La primera es ser demasiado quisquilloso en la manera en la que la comida está preparada o presentada. Aunque es posible que se coma con moderación, una persona que se sienta a la mesa con el único propósito egoísta de encontrar placer sin importar el precio o las circunstancias está dominada por la glotonería. La segunda característica se enfoca en comer suntuosamente. Una persona afectada por la gula busca el placer de sentirse saciada y busca solamente comidas que produzcan la máxima satisfacción. Los alimentos ricos en grasas y azúcares son los preferidos de muchas personas porque “saben bien” y “satisfacen” completamente. El problema no está en ingerir estos alimentos sino en siempre buscarlos como la única alternativa preferida.

Las otras tres características son más comunes y fáciles de identificar. La gula es comer de más, antes de tiempo y con avaricia. Una persona con gula tiende a comer de manera excesiva aún a pesar de encontrase saciada. Aún no digiere el bocado cuando ya está intentando poner más alimento en su boca. Incluso puede seguir comiendo “un poquito más” a pesar de ya no tener hambre o porque “no puede dejar pasar la oportunidad.” La glotonería hace que una persona busque comer rápido para ganarle a los demás y evitar que le quiten la comida. Estas personas buscan el platillo más grande y repetir la comida aún a pesar de que otros no han tenido la oportunidad de servirse por primera vez.

La comida en sí no es mala o una fuente de pecado. De hecho, el comer es placentero y un regalo divino y ser insensible y menospreciar este don es un vicio pecaminoso. La raíz de la gula es la búsqueda de la gratificación egoísta sin tomar en cuenta a Dios y a los demás. La glotonería nos aísla de los demás y nos convierte en el centro de nuestro universo. La gula puede ser una manera de compensar por la falta de relaciones interpersonales y contacto físico con seres queridos. La comida así se convierte en una forma de obtener placer a través de nosotros mismos sin necesidad de alguien más. Es común que personas que han experimentado una crisis relacional se aíslen y se enfoquen en ciertos alimentos sin poder parar de comer.

La gula es un pecado capital (central o fundamental) porque hace a un lado al Creador y se centra egoístamente en el placer personal. Una obsesión excesiva por el tipo de comida que ingerimos hace de nuestro vientre su dios. Nuestro Señor nos enseñó que en nuestras oraciones debemos pedir por “el pan de cada día.” El origen de nuestra comida es el buen Dios que nos provee cotidianamente lo necesario para alimentarnos. El verdadero placer está en Dios y en hacer su voluntad y no en nosotros mismos. La gula hace de la comida la fuente de nuestra delicia y evita a Dios.

Muchos cristianos evitan fumar o incluso beber alcohol bajo el argumento de que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19). Fumar daña nuestros pulmones y el alcohol en exceso nuestros riñones entre otras cosas más. Desgraciadamente, como lo indica el artículo de Ferraro, estos cristianos no relacionan sus hábitos alimenticios con el mismo principio bíblico que usan para fumar o beber. Sin embargo, la manera en la que comemos sí está directamente relacionada a nuestra vida espiritual y la gula es un pecado central que afecta todo nuestro ser. Necesitamos recordar constantemente que Dios es el punto de partida de la satisfacción plena y que “no sólo de pan vivirá el hombre” (Mateo 4:4).

NOTE: Octavio Esqueda is among the featured columnists at Baptist Press en Español, and this article was also published in Baptist Press.